jueves, 17 de junio de 2010

Revolucionarios contra reaccionarios: ¿Otra solución dicotómica?


Ya vimos en un artículo anterior cómo el manejo del lenguaje puede llegar a ser un arma de gran eficacia para la esfera política. Algunos políticos suelen hablar con mucha frecuencia empleando una expresión como "la derecha más reaccionaria", se supone que en contraposición de una "acción" que para la izquierda política no es otra que la siempre esperada revolución.

Cuando durante los años de la Segunda República Stalin y la Komintern se fijaron en la situación española y quisieron desestabilizar la vida parlamentaria con el fin de que triunfara una revolución socialista, indudablemente pensaron en los acontecimientos de un siglo anterior y que echaron por tierra el dominio napoleónico en España. Los socialistas soviéticos no quisieron repetir el error francés de intentar ocupar una nación como la española sin crear de antemano una profunda división en la sociedad. Sabedores de que las gentes de cualquier territorio que vaya a ser invadido por un ejérciro extranjero se une como cosa natural ante el invasor y deja de lado las posibles rencillas que hayan surgido en su vida cotidiana con sus vecinos, la Komintern diseñó todo un listado de consignas y expresiones para dividir a la sociedad que debía ser posteriormente dominada.

Términos como "rojos y azules", "izquierda revolucionaria contra derecha reaccionaria", "izquierda democrática contra derecha antidemocrática" o "antifascistas contra fascistas", entre muchos otros, tienen dos características básicas.
En primer lugar son expresiones de fácil comprensión por la población, puesto que hay que tener en cuenta que hace casi un siglo muchas personas no sabían leer o escribir y no tenían un nivel cultural y educativo muy elevado y lógicamente se requiere para el dominio del vulgo locuciones conocidas o de uso común, como puede ser la utilización de colores (rojos y azules en el caso español o "ejército blanco" zarista contra "ejército rojo" socialista, en el caso soviético).
Otra característa clara es que no deja espacio para el término medio o moderado, o simplemente para la no participación en ese juego dicotómico. Con lo cual o se es fascista o se es un socialista demócrata, y más vale elegir.

La política de Frentes Populares puesta en marcha desde la Komintern en Moscú, no deja lugar a la más mínima duda y pronto el "antifascismo" es el lema oficial de los partidos comunistas y más tarde, tras las uniones con los socialistas, de la mayor parte de los partidos de izquierda. Lema fácil y que gana adeptos con rapidez.

La malformación educativa desarrollada en los colegios e institutos nos lleva a pensar cuando escuchamos la palabra "Revolución" fundamentalmente en la que tuvo lugar en Francia y en Rusia como también en Inglaterra, con su Revolución Industrial, como un "tótum revolútum" (nunca mejor dicho). Huelga decir que la ocurrida en Inglaterra nada tiene que ver con la francesa, la rusa, la Revolución Cultural de China o la Revolución de Cuba, olvidadas las dos últimas, como otras grandes y nefastas revoluciones por la docencia española. Y si no olvidadas, maquilladas.

Teóricos socialistas de la revolución francesa como fueron Marat, Robespierre o Danton, pioneros en la barbarie de la Edad Contemporánea, tuvieron claro que la Revolución debía ser lo más violenta y cruel que fuera posible con el propósito de bloquear cualquier actitud de defensa o reacción e infundir tal terror que agarrotara al ciudadano. Esta falta de reacción propiciaría la obtención rápida del poder por los revolucionarios y la modificación de la estructura institucional a su antojo.
Este manual revolucionario de violencia extrema impulsado por jacobinos y "sans culottes" ha sido seguido más tarde por bolcheviques, estalinistas, maoístas...
Se puede decir entonces que ante una revolución violenta que motiva miles o millones de muertes el reaccionario es aquel que sencillamente tiene la desfachatez de no dejarse matar, de no dejarse pisotear por las hordas genocidas.

Si la pregunta es por qué algunos políticos diferencian constantemente entre izquierda revolucionaria y derecha reaccionaria es sencillamente porque para ellos es un orgullo la revolución y por supuesto es un término exclusivo de la ideología izquierdista que en ningún caso debe usarse para las matanzas producidas por otras ideologías. De este modo lo revolucionario es "bueno" y la reacción es "mala" con lo que volvemos a la dicotomía original y facilmente asumible por cualquier mentalidad por ingenua que sea.

Eso sí, una vez que la revolución triunfe, no es posible poner en marcha otra revolución que derroque a la primera, pues eso sería una reacción. Como ejemplo basta pensar en dictaduras que hoy día siguen en pie, pero también podemos volver a la Revolución francesa y hacernos eco de una anécdota que protagonizó uno de los más insignes revolucionarios de aquellos tiempos. Y se cuenta que Danton estaba comiendo perdiz acompañada con exquisitas trufas en un excelente restaurante cuando la revolución ya había triunfado y Francia era una república. Unos amigos también revolucionarios le vieron y quisieron saber por qué estaba degustando ese plato tan propio del Antiguo Régimen y de la aristocracia. Danton respondió que cuando él llegó al restaurante la perdiz ya estaba hecha y para evitar que cualquier noble se la comiera él mismo se ofreció a pasar por ese "mal trago".

1 comentario:

Federico Sada dijo...

Veo indudablemente en este artículo la inspiración en Pio Moa.