viernes, 16 de julio de 2010

THEODOR VON REDING (EL MARISCAL DE LA VICTORIA)


Hasta ahora siempre se había mantenido en la memoria colectiva de este país unir la batalla de Bailén junto al nombre del jefe del bando vencedor, el capitán general Francisco Javier Castaños Aragori, haciéndolo parecer como el máximo y prácticamente único responsable de la primera derrota de un ejército del Emperador de Francia. La fama de este militar comenzó prácticamente desde el final de la batalla tras la firma de las actas capitulares con el general perdedor Dupont, siendo primero reconocido a mala gana por los franceses y a continuación por ingleses, rusos y españoles que no quisieron o no les pareció encontrar motivos de duda en la palabra de los primeros. Sin embargo el estudio realizado por Francisco Vela demuestra a todas luces que el verdadero y máximo protagonista de aquella gloriosa jornada del 19 de julio de 1808 en Bailén fue otro; debiéndose probablemente este injusto ostracismo sufrido por el protagonista a la envidia e inquina de los alto mandos militares españoles por una parte y rivalidades entre las juntas provinciales por la otra, así como a la necesidad de tratar de ocultar el hecho poco honroso para el ejercito francés de que un general de alto rango se rinda ante un subalterno más de su oponente. Siendo el protagonista de esta historia el mariscal de campo Theodor Von Reding.

Theodor Von Reding, (1755 – 1809) nacido en Schwitz, localidad de Suiza; a los 16 años ingresó en el ejército español con el grado de capitán en el regimiento Reding. Durante su trayectoria militar, participó destacadamente en la campaña de Menorca contra los ingleses y en la Guerra de la Convención contra los franceses en la que al finalizar alcanzó el grado de mariscal de campo. Ya en 1808 accedió al cargo de Gobernador Militar de Málaga y tras la sublevación del 2 de mayo de 1808 fue reclamado por la Junta de Granada para dirigir su ejército; y en la posterior reorganización del ejército de Andalucía le correspondió el mando de la 1ª División, con la que combatiría más tarde a Dupont.

Sin querer alargar mucho más de lo necesario la historia de la batalla de Bailén, los hechos que acontecieron el 19 de julio de 1808 y en días anteriores fueron los siguientes. El general Dupont , tras los sucesos del 2 de mayo, partió hacia el sur con un ejército formado por 26.000 hombres entre infantería y caballeria, dividido en 4 divisiones de infantería, 1 de caballería y la correspondiente de artillería. El objetivo de este ejército era tomar Sevilla, que era el foco de la rebelión en el sur, y después marchar a Cádiz para liberar a la flota francesa retenida en dicho puerto tras la batalla de Trafalgar. Dupont, durante el viaje, hizo un alto en el camino en la ciudad de Córdoba, agradeciendo la hospitalidad de la ciudad con un saqueo brutal e inmisericorde que duró 7 días, mientras Castaños inicia la marcha de su ejército contra el francés con temerosa lentitud. Dupont conociendo ya la rendición de la flota de Cádiz y el reagrupamiento del ejército de Andalucía inicia la retirada hacia la zona de Despeñaperros para aguardar allí al ejército español; por su parte Castaños en vez intentar cortarle la retirada se dedica a zigzaguear, esperando ver si Dupont deja Andalucía sin necesidad de tener que enfrentarse a él, y así básicamente se van desarrollando las jornadas previas al encuentro entre los dos ejércitos.

Las operaciones comienzan encontrándose Castaños en Porcuna y Dupont en Andujar, separados a su vez ambos ejércitos por el río Guadalquivir, comprobando además el general español que su homólogo francés no se retira sino que lo espera atrincherado en las localidades de la zona de Despeñaperros (Camino Real). Con lo que ordena que la 1ª División (Reding) cruce el río por Mengíbar y a continuación lo haga la 2ª (Coupigny) y se dirijan a tomar Bailén para cortar la ruta de retirada de Dupont. El día 16 Reding con su división sorprende a dos batallones franceses en Mengíbar, que a su vez dan la alerta a Gobert que con su división (3000 hombres) se lanza contra Reding (9000 hombres) para frenarle en su avance, Reding lo derrota pero deja escapar al enemigo, que se dirige a Guarromán, allí muere Gobert y le sucede en el mando Durfour quien dirige la marcha de su división hacia Santa Elena buscando asegurar el camino de retirada tras el encuentro con los españoles. Mientras tanto Dupont el mismo día 16 tras conocer el resultado del combate en Mengíbar manda a Vedel con su división (6000 – 7000 hombres) a tomar Bailén, sin embargo contra todo pronóstico Reding no se encuentra en Bailén sino que sigue en Mengíbar alertado por los movimientos franceses, una vez allí al no encontrar ni rastro de los españoles Vedel piensa que los españoles van tras Durfour, hecho que según él se ve confirmado cuando un avispado vecino le indica falsamente que varios batallones de caballería van camino arriba; así pues Vedel abandona Bailén sin dejar ningún destacamento y emprende la marcha esperando dar alcance a Reding.

Reding por su parte aprovecha la noche del 17 al 18 para acercarse a Bailén, y al comprobar que no hay franceses la ocupa con las 2 divisiones, en total unos 13500 hombres. Entre tanto Dupont se da cuenta del error de Vedel y conociendo ya el día 18 la ocupación de Bailén por Reding emprende la marcha contra aquel para librarse del cerco en que se encuentra. Dupont realiza ese día una marcha lenta con el propósito expreso de sorprender sobre las 4 de la madrugada del día 19 a la posible guarnición que hubiera dejado allí Reding, sin embargo éste es avisado por los vecinos de la llegada de destacamentos de descubierta franceses contra los que envía batallones de caballería y a la vez que despliega el ejército en orden de batalla cortando el camino real; con lo que la sorpresa fue para Dupont y ésta debió ser morrocotuda. Dupont despliega también su ejército en orden de batalla y comienza el combate, dejando Reding la iniciativa a su contrincante. A cada maniobra ofensiva de Dupont, Reding responde con la preceptiva contramaniobra defensiva, así durante toda la batalla hasta que al final tras más de 8 horas de combate se rinde Dupont al comprobar, ya herido, que no ha conseguido avanzar nada, todos su regimientos se encuentran agotados y exhaustos, y que a su espalda comienza a ver algunas unidades españolas que presagian la llegada de Castaños, el cual con extrema prudencia y quizás negligencia se acercaba a Bailén, cuando lo podía haber hecho mucho antes. Por ello Dupont comienza las negociaciones del armisticio ante ... Reding, mientras las divisiones 3ª y 4ª entran en Bailén, pero para sorpresa de todos el general “victorioso” Castaños no llega con ellas, si no que permanece despachando mensajes en su cuartel de Andújar y sólo se aproxima al lugar de la batalla al día siguiente para tratar los últimos flecos de la capitulación y firmarla.

Por lo tanto el general Castaños ni se encontraba en el lugar de la batalla y ni mucho menos pudo cursar ordenes directas a ninguno de los regimientos españoles de las divisiones 1ª y 2ª que intervinieron en el combate, si no que todo el desarrollo de la batalla correspondió a Reding, ya que aparte Coupigny (jefe de la 2ª) estaba subordinado a éste, y todas las órdenes cursadas durante la batalla a las tropas españolas partían en última instancia de Reding. Por ello debería aparecer en los libros de historia el nombre de Theodor Von Reding como el auténtico vencedor de Bailén, aunque fuese suizo de nacimiento.

Tras la batalla, Castaños maniobró para apoderarse del mérito de la victoria, y lo consiguió. A Reding entonces le ofrecieron como compensación el mando del ejército de Cataluña, con el que fue derrotado en 1809 en la batalla de Valls y murió poco después a consecuencia de las heridas recibidas en dicha batalla. Castaños aprovechó, con Reding muerto desde 1809, para apropiarse aun más si cabe de la leyenda de Bailén, y ocultar de paso los vergonzosos fracasos que cosechó a lo largo de aquella cruenta guerra, lo cual le sirvió para lograr la estima de Fernando VII e Isabel II y en consecuencia ocupar altos cargos de prestigio, honor y por supuesto de altas rentas.

P.D: Todo el tema desarrollado en este pequeño artículo se puede encontrar en el magnífico trabajo realizado por Francisco Vela cuyo título es “La batalla de Bailén, el águila derrotada” de la editorial Almena.

jueves, 15 de julio de 2010

Recomendaciones literarias: Utopía contra distopía


Hace ya muchos veranos que elegí leer algunos libros que habían sido escritos en el siglo XVI. Entre ellos, una obra no muy extensa pero muy curiosa, fue "Utopía" escrita por Tomás Moro. El escritor y teólogo inglés, que acabó siendo mandado ejecutar por Enrique VIII, dio origen a la palabra utopía al ponerlo como título de su obra. Utopía significa exactamente "no lugar", es decir, aquel lugar que no existe. La palabra hoy en día ha pasado a significar todas aquellas ideas o proyectos que son de imposible realización o término.

Utopía es el nombre de una isla con la que un navegante se topó de manera casual y que gracias a su estancia en ella nos relata las costumbres y organización social de los habitantes de esa isla. Tomás Moro idealiza esa sociedad, al menos desde su punto de vista, donde los pocos problemas que pueden surgir son rápidamente subsanados. Es en definitiva una sociedad ideal y casi perfecta. Se habla de la religión; de la eutanasia; de cómo se debe solventar la recepción de embajadores; de la autosuficiencia económica; de la igualdad económica y social y del rechazo de la propiedad privada al ser fuente primordial de envidias y disputas; se habla del matrimonio donde el hombre antes de casarse puede ver a la mujer desnuda para dar su consentimiento de la misma manera en que un mercader ve el género que va a comprar con el fin de que no haya tara y menoscabo en el mismo; incluso el oro y otras piedras preciosas son usados para los más variados y cotidianos quehaceres con la más natural asunción por parte de los ciudadanos de Utopía.

Moro presenta una sociedad donde la ausencia de necesidades colma de felicidad a sus gentes y donde no se trabaja para mejorar personalmente sino que el esfuerzo está destinado a la colectividad, a la mejora social. Contrario pues a la visión clásica de Adam Smith que dos siglos después venía a decir en "La riqueza de las naciones" algo como: "No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo, ni les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas."

En Utopía no debe haber, ni debe permitirse el egoísmo ya que el interés no es individual sino común, colectivo, social. Y si el egoísmo, la envidia u otras facetas malvadas sucumben la recta vida de un individuo de Utopía bien puede darse la pena de muerte o aplicarse la eutanasia.

Considerando que el ser humano es dueño de innumerables virtudes pero también de numerosos defectos y que las unas y los otros forman parte de un todo inherente de la condición humana, sólo cabe pensar que una Utopía es posible única y exclusivamente si hay una merma clara de la libertad individual del ciudadano, que para mantener la igualdad y la felicidad del conjunto debe repudiar su propio desarrollo natural de la personalidad. Gracias pues a que el ser humano sea menos humano y pase a ser un esclavo social es posible conseguir esa unitaria igualdad y esa felicidad común.

Tomás Moro bien puede considerarse un teórico del socialismo o del comunismo anterior a Engels, Marx, Lenin, Gramsci etc. Ese idealismo utópico, ese socialismo idealista que arrastra tras de sí y ya ha arrastrado, millones y millones de muertes.

Pero a las utopías literarias les salieron detractores como Orwell, Huxley o Bradbury. Las llamadas distopías literarias en contraposición de las utopías narran en lo que se convierte un sistema político como el de la isla de Utopía. Y no es otra cosa que en una sociedad totalitaria.
Orwell escribió su famosa "1984", una dramática obra donde existen suficientes paralelismos de denuncia del régimen totalitario soviético de Stalin y su confabulación con Hitler suscrito en el Pacto de Acero de 1939 para invadir una democracia parlamentaria como fue Polonia. Orwell denunciará sobre todo el férreo control al que era sometida la población en las países de corte totalitario y los medios para llevarlo a término como la policía política, la manipulación de la historia, la ocultación de la verdad etc.

Aldous Huxley también profundizó en el control extremo de las sociedades y en la deshumanización que tal control acaba provocando en sus habitantes en su obra "Un mundo feliz". Huxley recrea un universo tan dramático como en 1984 pero centra su obra en la genética y en la manipulación del ser humano nada más es concebido con la intención de condenarle para siempre a una forzada felicidad asumiendo un rol preestablecido sin posibilidad de elección, sin posibilidad de ser libre.

Y por último "Fahrenheit 451" escrita por el norteamericano Ray Bradbury. Tal vez de las tres distopías mencionadas la que más me gusta por su constante lirismo y la construcción de sus personajes principales. Clarisse McClellan evoca la apagada lucha por la libertad y el individualismo, mientras que el bombero Guy Montag, pieza del régimen totalitario se mostrará como un personaje redondo, un personaje que evoluciona en su manera de pensar al estilo de Gerd Wiesler (Ulrich Mühe) en la película alemana "La vida de los otros". Fahrenheit 451, a pesar de ser la temperatura a la que arde el papel y por tanto todo atisbo de cultura como es deleite para los totalitarismos, tendrá espacio para la esperanza.

Es por tanto el idealismo peligroso, pues lo "ideal" depende de cada persona y de sus gustos. En cualquier caso, es valioso poder leer todos los puntos de vista para disminuir la confusión y aclarar nuestras propias ideas. Recomendamos la lectura de Utopía de Tomás Moro, La ciudad del sol de Tommaso Campanella, ambas obras utópicas y las ya mencionadas distopías 1984 de George Orwell, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y Un mundo feliz de Aldous Huxley.

sábado, 10 de julio de 2010

No diga España, diga La Roja


Bien parece que el Campeonato del Mundo de fútbol que todavía se disputa en Sudáfrica no lo disputa la Selección española, sino un nuevo ente llamado "La Roja". La mayoría de los medios de comunicación coinciden en el progreso y cambio que supone dejar de llamar al combinado español "Selección española" o "Furia española" y se deciden en masa a nombrarla como "La Roja".

Los motivos de tan significada modificación pueden ser varios pero todo redunda sobre el miedo a llamar a las cosas por su nombre. Hay que progresar. Y para ello no importa que se usurpe el mote cariñoso que la afición chilena otorga a su combinado, "La Roja" también.

En España la palabra "España" no gusta en diversas zonas del país y comercialmente para algunas empresas es de buen gusto y mejor beneficio hacer desaparecer tal término y sustituirlo por "La Roja", con el fin de incrementar ventas o no molestar a cierta parte de la población.

"La Roja" queda bien, queda socialista, comunista, del color de los soviéticos, del color revolucionario chino, queda hasta incluso guerracivilista y lo mejor de todo es que se pierde la conciencia de unidad y de país, se pierde la conciencia de lo que significa España.
¡Qué no se siga nombrando "Furia española"! Que nos retrae al pasado, a un pasado donde España dominaba política, militar y económicamente Europa. Y es que tal era la grandeza de los tercios españoles y tal el temor de los habitantes de Flandes que acuñaron dicho calificativo para referirse a los ejércitos patrios allí destinados. Por estos motivos no es decoroso actualmente seguir llamando de esta manera a la selección española ya que podemos dar una imagen belicosa y herir la sensibilidad de la población belga entre otras.

Sí, está claro que lo que mejor nos va a los españoles es progresar y trocar el significado de las palabras hasta hacer irreconocible su esencia y su origen.
Con tal de olvidar lo que nos hace únicos y replantear una sociedad al gusto y antojo de la clase política lo que sea menester oiga.

Y es que ya lo decía Orwell en una de sus mejores obras literarias: "Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado".